El sueño y la revolución.

El sueño no es contrario de la realidad. Es un aspecto real de la vida humana, así como la acción; uno y otra, lejos de excluirse, se complementan. Pero este aspecto contiene los fermentos de la revuelta más violenta por ser los más violentamente humanos. Los pueblos que el odioso buen sentido europeo se obstina en denominar "primitivos" (primitivos que nunca conocieron los secretos de la bomba atómica o simplemente de la hipocresía diplomática) conceden al sueño un lugar de primer orden.
Freud, al desvelar el mecanismo del sueño, al interpretarlo, demostró que éste constituía el perfecto revelador de las tendencias y de los deseos más secretos de las personas. Se sabe ahora que no existe sueño gratuito, que por el simple hecho de soñar la persona cambia su destino, aun cuando ese cambio sea imperceptible. Despiertas, la mujer y el hombre aprehenden del mundo lo que su razón y sus sentidos le han querido dejar percibir, vale decir, una ínfima parte de lo que realmente es; en el sueño, los objetos, los sentimientos, las relaciones más audaces se tornan lícitas, familiares. Descenso al corazón de sí mismo, al corazón de las cosas.
Esto es válido tanto para las colectividades como para los individuos. Si el sueño es la expresión del deseo, si la explicación del uno puede preludiar en cierta medida, la realización del otro, el mayor deseo colectivo es la revolución. G.C. Lichtenberg lamentaba que la historia se compusiera únicamente del relato de los hombres y mujeres despiertos. Cuando, una noche, todas las explotadas sueñen que es preciso terminar y cómo terminar con el sistema tiránico que los gobierna, entonces, tal vez, la aurora surgirá en todo el mundo, sobre las barricadas.

J. Schuster. Le Libertaire. 26 octubre 1951.

Extracto aparecido en el libro "Surrealismo y anarquismo" de Plínio Augusto Coelho